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"Mi trabajo son tus derechos"

Samir Amin: “El desafío es pasar de la resistencia a la ofensiva”


-Antes de Rostock, los movimientos contra la globalización neoliberal parecían acabados. En Rostock, 100.000 personas salieron a la calle contra el
G-8. ¿Cómo ves la salud del movimiento a nivel político y social? ¿Con
qué desafíos se enfrenta?
 El liberalismo, la ofensiva del capital y del imperialismo, se cristalizó a lo largo de los ‘80, pero se desarrolló en los ‘90, y hay que resaltar
que las reacciones de resistencia se desarrollaron muy deprisa. Desde
mediados de los ‘90 los movimientos de resistencia a esta ofensiva se
expandieron por todo el mundo y tomaron la forma del Foro Social Mundial (FSM), a partir de 2001 en Porto Alegre. Pero debemos tener en cuenta
que los FSM, como los foros sociales regionales y muchos de los
nacionales, son lugares de encuentro, nada más que eso, y a veces, como
con motivo de los G-8, manifestaciones colectivas, que son política,
moral y psicológicamente muy útiles, pero que no son lugares donde se
profundiza en el debate ni se desarrollan estrategias de lucha.
Los foros sociales son por definición abiertos: no hay censura ni
prohibiciones, pero a la vez es muy costoso desplazarse por el mundo
para encontrar a otros colegas y camaradas para manifestarse. Por ello
existe cierto desequilibrio en las representaciones en el seno de los
foros sociales. Muchas de las organizaciones mejor dotadas
económicamente no son las más interesantes desde el punto de vista de
las luchas que llevan a cabo, como muchas ONG que son, en el peor de los casos, parasitarias de los movimientos de lucha sin aportarles gran
cosa y que están sobrerrepresentadas. Por el contrario, las grandes
organizaciones «tradicionales» que desarrollan luchas, las
organizaciones sindicales, obreras, campesinas, por un lado no siempre
tienen los medios financieros para tener una gran representación, y por
otro no necesariamente dan prioridad a la participación en este tipo de
manifestaciones, y debemos tener esto en cuenta.
-¿Qué otras alternativas hay?
 En el seno de y en paralelo a los FSM hay otras redes que intentan poner
en contacto los movimientos de lucha. El Foro Mundial de las
Alternativas (FMA), que tengo el honor de presidir y que fue creado en
1997, pone el acento en la elaboración de la “convergencia en la
diversidad”, es decir, en la discusión de objetivos y en la
cristalización de estrategias políticas comunes.
Por ejemplo, ¿cómo reconstituir el frente unido del trabajo en unas
condiciones estructurales muy diferentes de las condiciones
estructurales de la organización del trabajo hace 50 años? La forma de
organización del trabajo principalmente obrero en la gran empresa y
ahora, bajo el efecto del liberalismo y de la revolución tecnológica, la precarización, las deslocalizaciones, la diseminación del proceso
productivo, han creado condiciones y estructuras de organización de las
clases obreras muy diferentes. Hay que encontrar las formas de
organización apropiadas. No soy de los que dicen que los sindicatos
nunca sirvieron para nada. El salto adelante del Estado de bienestar
nunca se habría producido sin los partidos comunistas, sin los partidos
socialistas, sin los sindicatos que durante un tiempo dieron a las
clases obreras una legitimidad política que nunca antes habían tenido en la historia del capitalismo y que están perdiendo hoy. Pero las formas
de organización y de acción correspondían a otro momento.
También diría que hay un progreso en la conciencia democrática en el
sentido de que frente a las formas de organización relativamente
verticales, que correspondían a otra época de la formación de la
expansión capitalista y de la estructuración de las clases obreras y que podían ser eficaces en su época, hay hoy -debido al aumento del nivel
de educación- mayores exigencias democráticas. Creo que son positivas,
pero también provocan ilusiones, como que el movimiento espontáneo
podría crear alternativas por sí solo. Yo creo que la dialéctica, teoría y praxis, no puede ser eliminada de las exigencias de la convergencia
en la diversidad, y esta convergencia implica un reconocimiento
democrático real de la diversidad de intereses sociales, nacionales,
etc., y de la diversidad de culturas políticas.
El respeto de esa diversidad no excluye la necesidad de construir la
convergencia, y el FMA fue creado para ello. Cito los grandes asuntos:
reconstruir la unidad de la clase obrera, construir la alianza obrera y
campesina. Para el 80% de la humanidad, para los pueblos del Sur, la
población rural representa aún la mitad o más de la población total.

Por ello, si no se responde a las necesidades de supervivencia y de
desarrollo de esa masa campesina con políticas de desarrollo que
garanticen el acceso al suelo y el uso eficaz del suelo, del agua, etc.,

las clases populares urbanas se quedarán relativamente fragmentadas,
aisladas y, en consecuencia, débiles frente a sus enemigos del
capitalismo mundializado y de sus agentes locales. Es un problema que

se plantea tanto a nivel nacional en los países del Sur como a nivel
mundial: pienso en las tentativas, a través del agronegocio, de
desposeer al campesinado del dominio de su producción, que es el
producto de siglos de acumulación de conocimientos científicos y
tecnológicos, en provecho de multinacionales como Monsanto.
Otro asunto es el de la democracia, y para mí la democratización de
las sociedades debe estar asociada al progreso social y no disociada
como propone la fórmula occidental que nos quieren vender. Asociar
democratización al progreso social en todas sus dimensiones, y no sólo

a la gestión de la política por el supuesto pluripartidismo y las
elecciones, es fundamental. Y en este ámbito también hay mucho que
hacer: derrotar el proyecto de EE UU y de sus aliados subalternos
europeos a través de la OTAN de control militar del planeta, un control
que muestra que el capitalismo no puede dominar el planeta sin el uso

de medidas de represión violenta incluida la agresión militar.
-¿Tienen los movimientos la capacidad de intervención a nivel mundial?
 Todos esos movimientos llevan a cabo luchas legítimas, pero que la mayoría

de las veces están delimitadas en el espacio y limitadas a un ámbito. Es
necesario que tomen conciencia de que deben entrar en contacto unas con
otras e integrarse en un proyecto o en proyectos alternativos
coherentes. Esto implica una visión política y superar el ámbito
particular donde se llevan a cabo las luchas por una alternativa
positiva.
Y es principalmente a nivel nacional- porque los cambios y
cristalizaciones políticas y la definición de las culturas políticas
particulares se producen a este nivel-, que esta conjunción puede
producirse, pero es también necesaria a nivel mundial: puesto que el
capital está mundializado, para hacerle frente necesitamos un
internacionalismo de los pueblos. Es por ello por lo que me pronuncio
por una quinta internacional. En la etapa actual, las luchas son
mundiales en el sentido de que se desarrollan en espacios que cubren
todo el mundo, pero no están aún mundializadas porque les faltan dos
cosas: una es la voluntad de construir una convergencia en la diversidad a

escala mundial, lo que implica una visión internacionalista y, en mi
opinión, una perspectiva socialista. Pero también implica el paso de un
movimiento defensivo a la ofensiva; los movimientos son esencialmente de

resistencia: al neoliberalismo, a las deslocalizaciones, al
desmantelamiento de las conquistas sociales y los derechos laborales, a
la agresión policial y militar… El desafío es pasar de la resistencia a la ofensiva,

es decir, lograr, a través de las luchas, la
cristalización de una alternativa positiva.
-¿Cómo se ha avanzado en este campo?
 Creo que el paso de la defensiva a la ofensiva se ha iniciado. En América
Latina, la victoria de Lula, independientemente de lo que pensemos sobre

la evolución posterior de Brasil, ha producido una ruptura: la
irrupción en la vida política del pueblo brasileño, de la clase obrera,
de un partido como el PT, de sindicatos… y aún no se ha pasado página.

Y tenemos otras “avanzadas revolucionarias”. Venezuela lo es, y lo
vemos no sólo a través del inicio de las transformaciones sociales
internas, sino también a través de propuestas como el ALBA. Avanzada
revolucionaria también en Bolivia: el hecho de que por primera vez en su

historia un indio, es decir, un representante real de la mayoría de la
población campesina de ese país, sea elegido presidente no es cualquier
cosa. Incluso la reelección de Ortega en Nicaragua, aunque sea en
condiciones muy diferentes a las de la primera victoria de los
sandinistas, no es cualquier cosa. Al igual que la victoria electoral de Correa

y la cristalización de una izquierda alternativa radical en
países como México o Perú.
Creo que en América Latina esta avanzada revolucionaria se explica
por el hecho de que los movimientos sociales, que también han empezado
como movimientos de resistencia, se han politizado y han cristalizado en

alternativas políticas que cuestionan el poder establecido. No defiendo el

discurso de que el poder establecido no tiene importancia, de que la transformación

se hace en la sociedad, despreciando el poder. Ni
siquiera compartí la opinión del subcomandante Marcos de que la cuestión no

es del poder; de hecho, el movimiento neozapatista ha vuelto a echar

agua en su vino, y la articulación con otros movimientos de
transformación política de México empieza a ser una realidad. No soy de
los que, beatamente optimistas, piensan que se ha pasado página
definitivamente, pero soy optimista en el sentido de que estas primeras
avanzadas revolucionarias pueden preparar el terreno para otras que
vendrán después.
África: el continente vulnerable
 Buena parte de África, en la etapa actual del sistema capitalista mundial,

es especialmente vulnerable. Es por ello que las políticas de ajuste
estructural que han creado problemas de deterioro grave por todo el
mundo son todavía más devastadoras cuando la sociedad es relativamente
vulnerable y frágil como lo es a menudo en África. Esto no impide que
haya reacciones a esta situación, entre otras, el renacimiento de los
movimientos campesinos, movimientos que estuvieron en el origen de la
independencia de África. Y este renacimiento de los movimientos
campesinos se produce bajo nuevas condiciones, es decir, en contra no ya

de los poderes coloniales extranjeros sino de sus poderes locales y
nacionales.
Convergencia en la diversidad
 Creo que con el hundimiento de Europa en el proyecto antidemocrático de la
construcción europea, cimentada en el neoliberalismo económico y social

y en el atlantismo político y mientras los pueblos europeos no
deconstruyan ese proyecto no habrá gran cosa que esperar más que lo que
vemos hoy: la construcción de un pseudoconsenso en el que los partidos
políticos de la derecha y de la izquierda electoral no son muy
diferentes en lo que hacen cuando están en el Gobierno, es decir,
aliarse sobre las exigencias del liberalismo. Mientras no se deconstruya ese

proyecto el pueblo europeo vivirá con la ilusión de otra Europa que le gustaría

que sea social, pero que no lo será nunca. También en otros lugares

del mundo hay reacciones negativas. Vengo de una región, la
árabe, africana, ampliamente musulmana, en la que la deriva hacia la
ilusión de una alternativa para-religiosa y para-étnica son también
involuciones. No soy pesimista con respecto a los movimientos de lucha
en el mundo: no están en declive, sino que siguen creciendo, pero siguen

enfrentados a desafíos y las respuestas están lejos de cristalizar: la
respuesta para la construcción del socialismo del siglo XXI exige el
respeto de la convergencia en la diversidad.


Fuente: www.forumsocialmundial.org.br

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