Te supimos conocer, hace ya varios años, en tierras
bolivianas de Vallegrande, donde otro latinoamericano como tú, cayera en
combate por las mismas razones a la que dedicaste gran parte de tu vida. Luego,
adivinábamos tus pasos junto al de tantas mujeres que en los días difíciles
pero bulliciosos del enfrentamiento con policías y militares golpistas,
mostraban al mundo que «no tenemos miedo, frase épica que se convirtió en
himno de batalla, entre gritos de rabia, balas de plomo, la pradera incendiada
y todo el coraje de un pueblo que estaba nuevamente de pie.
Te volvimos a abrazar en Venezuela palpitando con las
multitudes rojas rojitas, y luego en Argentina, en emocionantes
encuentros, donde nos iluminaste con tu visión sobre las dificultades por las
que estaba atravesando la Resistencia hondureña, de la que fuiste referente fundamental
junto a tus compañeros y compañeras del COPINH. Sabías mejor que nadie, que las
elecciones, tal cual estaban planteadas, eran la trampa para blanquear a una
dictadura brutal que fue diezmando a tu pueblo durante todos estos años. Yo
seguiré con mi gente, fiel a ellos y ellas, que son los que no están dispuestos
a que les tuerzan el brazo, nos dijiste, maldiciendo los acuerdos
internacionales que permitían que los dictadores volvieran a ganar fuerza
después de estar acorralados. Fue precisamente en ese última cita, poco antes
de brindar tu testimonio a un público ávido de escucharte y de aprender de tu
ejemplo, que te dijimos: «cuídate hermana, que te necesitamos»,
descubriendo en tus ojos que tu senda de lidereza ya estaba trazada.
Ahora que ya nos mordimos los labios de impotencia
y carajeamos a quienes te asesinaron vilmente, queremos recordarte
como lo que siempre fuiste: generosa militante de la vida, amante de los ríos,
de los árboles y la madre tierra, enemiga feroz de quienes tratan de mancillarles,
contaminando con sus venenos imperiales el suelo que tantas veces pisaste,
descalza, para poder sentir latir la humedad de sus entrañas.
Feminista declarada, no desde la comodidad de los despachos
oficiales sino en las calles, codo a codo con tus hermanas lencas más jóvenes y
también con las más ancianas, las que desbordan sabiduría por los poros.
Anticapitalista consecuente, a la que las trasnacionales más destructivas
aprendieron a temer, porque no retrocedías jamás cuando estabas convencida de
que tu causa y la de tu querido COPINH estaba en peligro. No te alcanzaban
las horas de un día cuando se trataba de movilizarte por los que eran
ninguneados, golpeados, expulsados. Unas veces con las heroicas campesinas del
Bajo Aguan, y otras frente a las mansiones de los poderosos en las zonas
urbanas. Tu reclamo se escuchaba en todo el continente: no sigan
destruyendo nuestros bosques, ni tampoco envenenando el agua».
Este 8 de marzo, marcharás con todas y con todos. En
Tegucigalpa, Buenos Aires, Chiapas o Caracas. En las estrechas callejuelas de
Cisjordania y Gaza o en Diyarbakir, Tu nombre y tu sonrisa estarán en las
banderas y las pancartas que llevemos, tus palabras serán evocadas en las
consignas y discursos de las que como tú, no necesitan que les institucionalicen
la memoria para evocar, este y todos los días del año, a las mujeres
luchadoras. Así será compañera Berta, no hablaremos de muerte sino de vida con
dignidad y justicia, como las premisas fundamentales que siempre cargaste en
tus alforjas campesinas. Será la mejor manera de demostrarle a los sicarios que
te balearon en esa noche aciaga, que no han podido quebrarte el corazón ni
dejarnos sin tu legado, compañera Berta Cáceres.